Nuestro planificado itinerario de experiencias sabrosas por la Región de Murcia tenía como destino la zona del Altiplano. Sería imposible disfrutar de todas sus riquezas gastronómicas en el poco tiempo del que disponíamos, así que nos decidimos por una comanda de muestra sabiendo que más pronto que tarde volveríamos para completar nuestro álbum culinario de los 1001 Sabores.
Comenzamos la jornada con un buqué inconfundible, empapándonos de la enorme cultura del vino de esta tierra a través de varias visitas a las bodegas murcianas que lucen su
Denominación de Origen Protegida. Allí saboreamos unas increíbles empanadillas de patata y la gachamiga hecha a la leña de vid, a medio cuajar, a pellizcos de pan y sorbo de zumo de uva. Dos delicias que activaron nuestros paladares.
Varios entrantes y platos fuertes manejamos antes de decidirnos. El abanico que ofrece el Altiplano es muy amplio por lo que fue difícil renunciar, en esta nuestra primera aventura, a más de un manjar pero la decisión fue tan acertada como imaginamos en boca.
Y los tesoros comenzaron a desfilar por nuestra mesa y mantel. El primero, la
pipirrana, la de aquí. ¡Menudo modo de comenzar! La ñora, ese pequeño pimiento bola que esconde más de lo que enseña, y el bacalao otorgan a esta sencilla receta una potencia inigualable. Acompañado de pan artesano bien tostado, una incuestionable forma de comenzar un menú inolvidable.
Nos sorprendió ver en carta el queso frito, un plato que tenía localizado en los vecinos manchegos pero que aquí preparan acompañado de tomate frito y pimiento verde cual delicioso pisto. Toma pan y moja. Tampoco pudimos resistirnos a una tortilla de camarrojas al centro antes de los platos principales. Mires donde comas siempre hay una verdura excelsa para ti en la Región de Murcia.
Y allí que llegaba uno de los reyes de esta zona, los
gazpachos, como se les conoce aquí. Distintas interjecciones de gustoso asombro resonaban a cada cucharada. Un sabor que engloba todo lo que el Altiplano representa. Campo, tradición, cocina, cariño. Sencillamente espectaculares. ¡Qué ricas esas serranas! Pero llegó cuando nos disponíamos a comer la torta que se sirve bajo todos sus ingredientes. Bien empapada del gusto de todo lo que ya habíamos saboreado, el camarero nos recomendó cortar cachos con las propias manos y acompañarlas de una anchoa. Es absurdo intentar describir ese último bocado. Debéis venir a la tierra de los 1001 sabores y experimentarlo vosotros mismos. Un plato imposible de olvidar. Con el que obsesionarse muy fácilmente.
Nuestra dulce despedida también nos pilló por sorpresa. ¿Una ensaimada? Una rellena de crema y otra de chocolate. Posiblemente la mejor que haya comido nunca. Menuda untuosidad. Un último capricho, los libricos de los que nos llevamos unos cuantos en la maleta. Muchas delicias quedaron por degustar pero qué mejor excusa para volver. Apuntamos en nuestro cuaderno de bitácora gastronómico las pelotas con panizo, la calabaza gitana o el mortirigüelo para nuestra vuelta. Más pronto que tarde.
Seguíamos rendidos a los 1001 Sabores de la Región de Murcia. El viaje aún no había terminado. Ojalá no lo hiciera nunca.
