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Existe una leyenda piadosa, que ya puede ser considerada en sí misma como parte de la propia historia de Caravaca, rastreable en el tiempo seguramente hasta el siglo XIV. En todo caso, esta leyenda ya estaba corroborada en el XV, como se deduce de la representación gráfica en la Capilla de la Vera Cruz, en un paño o tapete donado en su peregrinación por el Infante don Enrique de Aragón, Maestre de Santiago, de una Cruz de Caravaca acompañada de dos ángeles, según se desprende de la constancia documental existente en la visitación que la Orden de Santiago giró a Caravaca en 1480.

Asimismo, a comienzos del siglo XVI está demostrada la perfecta consolidación de esta leyenda, como se puede derivar de la representación del Milagro de la Aparición de la Vera Cruz y la Conversión de un rey musulmán, pintada, con óleo sobre tabla, por Hernando de Llanos (de la escuela de Leonardo da Vinci) para un retablo de la Capilla de la Vera Cruz, donado, en 1521, por el Comendador de Caravaca y primer Marqués de los Vélez, don Pedro Fajardo, y que hoy se conserva, a modo de cuadros, en el Museo de la Stma. y Vera Cruz de Caravaca. Lo que demuestra igualmente que en esa época la leyenda piadosa estaba ya muy consolidada.

Por otra parte, esta leyenda se imprimió, por primera vez y en latín, el año 1540, siendo el promotor de su impresión el entonces canónigo de la catedral de Ávila Antonio Oncala. Ni que decir tiene que dicha leyenda vio la luz tipográfica con una antelación de cincuenta y seis años al Hamlet de Shakespeare, cincuenta y nueve sobre la primera parte del Quijote y sesenta y nueve sobre la segunda.

Dicha leyenda piadosa, que sufrió modificaciones o adiciones en el siglo XVII, establece que estando Caravaca, el año 1231, bajo dominio del sayyid almohade de Valencia Ceyt Abu Zeit, fue llevado a su presencia un grupo de prisioneros, entre los que se encontraba un sacerdote cristiano que, en el siglo XVII, se identificaría como don Ginés Pérez Chirinos. Interesado el sayyid por la profesión de cada uno de sus prisioneros, e informándose de la del sacerdote cristiano pidió a éste que celebrara una Misa, con el fin de conocer dicho ritual, a lo que el sacerdote accedió. Sin embargo para ello fue preciso proveerse de los ornamentos de rigor, por lo que hubo de recurrirse a traerlos de Cuenca (lugar de procedencia del presbítero).

Al iniciarse la Misa, de pronto, el oficiante se detuvo al comprobar que faltaba un elemento esencial e imprescindible: La Cruz. Sin embargo, al instante, se produjo un enorme resplandor, que atravesaba una ventana ubicada en una zona alta de la torre de la fortaleza en que se desarrollaba el ritual, y de él emergían dos ángeles con una cruz patriarcal en las manos, que depositaron sobre el altar, pudiéndose así celebrar el sacrificio de la Misa.

Igualmente, al tiempo que el sacerdote elevaba la Hostia en la Consagración, un nuevo resplandor ofreció la imagen de una criatura muy hermosa que no era otra que el propio Jesús. Estos acontecimientos llenaron de emoción al sayyid y a sus acompañantes, motivando su conversión al cristianismo y, naturalmente, su bautismo de manos del sacerdote cristiano, tomando como nombre el de Vicente. Desde entonces se considera la presencia de la Santa Vera Cruz en Caravaca y el nacimiento de su culto y milagros.

En cuanto a la procedencia material de la Cruz se establece que ésta era la que correspondía al Patriarca de Jerusalén, llevándola sobre su pecho, como signo distintivo de su dignidad eclesiástica, y que había sido construida en el siglo XI, por orden del Patriarca Roberto, a partir de un fragmento de la verdadera Cruz de Cristo, según otra leyenda piadosa, hallada por Santa Elena, madre del emperador Constantino, que se encontraba en Jerusalén. Es decir, se hizo a partir de un lignum crucis, de ahí su valor para la fe cristiana, al tratarse de una reliquia de gran consideración, por haber sido testimonio material y punto de contacto en la Pasión y Muerte del Redentor.

Esta leyenda, al margen de su propio valor como reliquia literaria de más de quinientos años de antigüedad comprobada, encierra el sentimiento de la Fe cristina, como base de un milagro en el que aparecieron la Cruz y el propio Jesús (algo esto último a lo que no se ha dado un valor suficiente, por motivos que desconocemos, pero que se publicó y aceptó, incluso por la Inquisición, en el siglo XVII).

Desde un punto de vista de contraste histórico, el origen de la leyenda en sí tampoco está claro, dado que existen en su seno, al menos en la versión del siglo XVII, algunos aspectos que no encajan. Tal es el caso del sayyid Ceyt Abu Zeit que nunca fue rey de Caravaca, aunque sí de Valencia, y si bien es cierto que se convirtió al cristianismo parece que lo hizo en aquellas tierras y no está demostrada su presencia en Caravaca.

Marín Ruíz de Assin publicó una hipótesis al respecto en la que señalaba la posibilidad de que un gobernante local, ante el imparable empuje castellano, se convirtiera al cristianismo, al tiempo que entregaba sus dominios a Castilla. Lo fundamenta en la posibilidad de que el mandatario musulmán caravaqueño, siendo Murcia un reino vasallo de Castilla, durante la sublevación mudéjar de 1264 se mantuviera fiel a Castilla y, por convicción o por conveniencia, accediese a la referida conversión.

Este hecho sería atribuido por los cristianos a la influencia de la Vera Cruz (lo que presupone ya su presencia en el lugar) y a su intervención en ese acontecimiento, lo que a su vez serviría para aureolarla de milagrosa, ya que con ella se justificaría su Aparición y representación en Caravaca. Con posterioridad, en la segunda fase de la leyenda de la Aparición de la Vera Cruz de Caravaca, los historiadores locales, con el fin de dar un carácter más «universal» a este evento, lo hicieron coincidir con otro similar, consistente en la conversión al cristianismo del rey moro de Valencia, el sayyid Abu Zeit, bajo el reinado de Jaime I.

Indudablemente se trata de una nueva interpretación de la leyenda, ya constituida en una pieza histórica por sí misma, que no solo la revaloriza, sino que, de confirmarse, llevaría sus cimientos a un hecho real (la conversión del musulmán) desarrollado en Caravaca, ante la presencia confirmada de la Vera Cruz en ese tiempo.

A pesar de todo lo expuesto la cuestión que se plantea, y no está resuelta, es por qué se enlaza la conversión de este protagonista y la aparición de la Vera Cruz de Caravaca. Al respecto también se baraja otra hipótesis y es que el culto a la Vera Cruz ya estaba establecido con la Orden del Temple. Sin embargo las razones que la propia Iglesia asumió para su eliminación a partir de 1310 podrían incluso cuestionar un culto establecido en su época, pero, por otra parte, ese culto estaba vinculado, en una zona fronteriza con el Islam, a una reliquia que había sido relacionada con el propio Jesucristo. Así pues, solamente a través de la explicación de su presencia milagrosa podría justificarse y sería seguramente su sucesora, la Orden de Santiago, la que estableciera la relación de la Vera Cruz de Caravaca con un hecho tan importante como la rara conversión de un alto dignatario del Islam al Cristianismo.

La presencia histórica y la hipótesis templaria.

Sin embargo, la Historia en sí es una ciencia, y para plasmarse y transmitirse con visos de veracidad ha de utilizar, forzosamente, métodos científicos. Por otra parte, el historiador no ha de ser obligatoriamente creyente, y aún en el supuesto de serlo siempre deberá discriminar el hecho histórico en sí de cualquier otra connotación, a veces aledaña al mismo, que pueda distorsionarlo.
Así pues, y ante esta premisa, cabe preguntarse desde cuándo el historiador puede hallar testimonios que le induzcan a justificar la presencia de la Santa Vera Cruz en Caravaca. Pues bien, los primeros de esos testimonios parecen ya hallarse en el propio siglo XIII. Así en 1285, en un documento enviado por los fieles de Caravaca al obispo de Cartagena (cuyo traslado del siglo XIV se halla en el archivo de la catedral de Murcia) existe la descripción del sello del Concejo de Caravaca y en él se manifiesta la existencia de una Cruz que no puede ser otra que la propia del lugar. Y en 1289 al parecer el propio rey de Castilla Sancho IV se refería a ella como "Santa Vera Cruz".

Por otra parte, en el siglo inmediato posterior, como veremos más adelante, su culto ya había adquirido un importante arraigo, lo que no se alcanza sin un proceso largo, digamos de al menos cincuenta años. Las cuestiones que entonces se nos pueden plantear son desde cuándo, cómo y por qué un símbolo cristiano claramente oriental, arraigado en el mundo bizantino y en distintas zonas de Europa oriental, llega a un lugar como Caravaca, en una zona que devino en frontera con los restos de Al-Ándalus en el siglo XIII.

Hasta la presente existen al menos dos hipótesis al respecto. La primera y más antigua (ya existente en el siglo XVI) que implica a la Orden del Temple, que, como ya hemos visto, de la mano del rey de Aragón, Jaime I El Conquistador, intervino en auxilio de su yerno, el rey de Castilla, Alfonso X El Sabio, ante la sublevación de los mudéjares de toda Murcia en 1264 y que fue sofocada dos años después. Ante este apoyo el rey castellano permitiría el asentamiento de esta orden militar, creándose en Caravaca (junto con Cehegín y Bullas) una de las bailías de mayor extensión de las de esta orden en España.

Bien es verdad que en 1243 Caravaca, como zona del Reino de Murcia, a su vez vasallo del rey Fernando III El Santo, se puso bajo administración y mandato de don Berenguer de Entenza, pero no existen indicios suficientes para constatar que fuera este noble el introductor de la Vera Cruz. Sin embargo, aunque la Cruz patriarcal no puede ser considerada como un emblema de los templarios sí es cierto que en muchos lugares de presencia o influencia templaria este símbolo cristiano es frecuente.

La existencia de la referida hipótesis ya en el siglo XVI la publicó Juan de Robles Corvalán en 1615, si bien en su obra trata de refutarla aludiendo que ese tipo de cruz no era el símbolo de la Orden del Temple, en apoyo, como no podía ser de otra forma, de la leyenda piadosa como origen de su aparición en Caravaca, a su vez vinculada a la fe. Y lo expuso así:

"Algunos han querido decir, sin fundamento, que esta cruz de Carabaca es conforme a la que traían losTemplarios, y que se conservó alli, como vaylía que fue esta Villa de aquella Orden,y yerran..."

Pero a pesar de lo expresado por Robles Corvalán, seguramente en defensa del hecho milagroso de la Aparición de la Cruz de Caravaca, la mayor parte de los estudiosos actuales de la Orden del Temple afirma que la primera cruz que llevaron estos caballeros, sobre el hombro izquierdo de su manto blanco, era una cruz patriarcal de color rojo. Y lo justifican en el hecho de la relación con el Patriarca de Jerusalén y en la primera dependencia del mismo. Más adelante adoptarían otros símbolos cristianos como la cruz griega o la cruz patada.

En un manuscrito del siglo XVIII, de la Biblioteca Nacional, transcrito y publicado por Justo A. Navarro Martínez consta:

…les fueron dado guardar la regla que les compuso el padre San Bernardo, el cual les señaló hábito propio, que fue un Manto blanco anchuroso grande y muy autorizado, sobre el cual en tiempo del Papa Eugenio Tercero, que era año mil ciento y quarenta y siete cosieron una cruz de paño roxo desta forma [dibujo de una cruz patriarcal muy similar a la de Caravaca], ques la mismo que hoy trahen los Canónigos del Santo Sepulcro de la ciudad de Calatayud, reyno de Aragón…

Por otra parte, según diversos autores, entre ellos el jesuita Juan de Mariana (1526-1624), en los primeros tiempos de la Orden sus componentes  no usaron Cruz, siendo la primera que adoptaron una Patriarcal roja, cosida en el manto y sobre el hombro izquierdo.
El culto a la Cruz alcanzará en la Edad Media un importante nivel, de ahí que los lignum crucis o fragmentos de la que, a partir del legendario hallazgo atribuido a Santa Elena, se denominaría como Vera Cruz, como parte integrante de la misma y testimonio directo y material del sacrificio de Cristo, se convirtieran a su vez en motivo de reconocimiento, adoración y peregrinación. Muchos de los relacionados con el ámbito de la Orden del Temple fueron custodiados en relicarios en forma de Cruz Patriarcal, siendo la Santa Vera Cruz de Caravaca un caso especial, al tener el propio lignum crucis esa forma y estar hecho íntegramente de madera de la Vera Cruz.

Por otra parte se considera que la Cruz Patriarcal se convirtió en distintivo del Gran Maestre y otros altos dignatarios de la Orden, de ahí que su presencia en determinadas zonas templarias (aunque no en todas) sea frecuente.

En total, a día de hoy, existen noticias de trece lignum crucis relacionados con encomiendas y posesiones templarias, de las cuales solamente seis se conservan en la actualidad, ya que el resto desaparecieron.

De los desaparecidos se pueden referenciar, con base en tradiciones populares, los siguientes: En Navarra, Torres del Río y Artajona; en Palencia, Villalcázar de Sirga y Villamuriel de Cerrato; en Teruel, Alfambra; en Segovia, Maderuelo y en Valencia, Montesa.
Confirmados y existentes en la actualidad: En León, Astorga; en Segovia, Zamarramala; en Barcelona, Bagá; en Navarra, Estella (procedente de Murrugarren) y el existente en la catedral de Zamora.

Buena parte de ellos se guardan en relicarios de doble brazo, en forma de cruz patriarcal, muy similares al de la Santa Vera Cruz de Caravaca.
Así, a modo de ejemplo, en Castilla tenemos el caso de Segovia, en Zamarramala, la antigua parroquia era la iglesia de la Vera Cruz, que según parece fue de los templarios. Se trata de un templo románico y en ella tuvo lugar el culto a la Vera Cruz hasta 1693. Es una cruz patriarcal que contiene dos fragmentos del santo madero y cuyo origen parece ser una donación del Papa Honorio III, en 1224, a la Orden del Temple, pasando al Santo Sepulcro tras la disolución de la Orden. En torno a ella se desarrolló un culto con ciertas similitudes al de Caravaca.

En León hallamos el testimonio de Astorga, con una Vera Cruz, ubicada en su catedral, que la tradición atribuye a los templarios de Ponferrada. Se trata de un relicario de tipo bizantino, de oro y pedrería, similar al de Caravaca, y que encierra en su seno un lignum crucis.

Por otra parte la iconografía de la cruz patriarcal también se halla muy difundida en la antigua Corona de Aragón, territorio que, como ya hemos expuesto, recibió una alta influencia de la Orden del Temple a través de sus múltiples casas y encomiendas. Son los casos de Zaragoza, en que se le relaciona con la Virgen del Pilar; Jaca (Huesca), formando parte de su escudo heráldico, o en la ermita de origen románico de la Virgen de Pineta (Bielsa, Huesca), en la cabecera de Cinca, a modo de relieve en una de las jambas de su entrada,

Así pues parece claro por una parte que la Orden del Temple, seguramente como fruto de su trasiego, por medio de las Cruzadas, en Tierra Santa desarrolló un importante culto a los lignum crucis, trayendo muchos de ellos a España. Por otra, que los relicarios en que fueron guardados y venerados eran preferentemente del tipo patriarcal. De ahí que no sea en absoluto descartable que el origen histórico de la Vera Cruz de Caravaca se halle en los templarios.

No obstante, este tipo de Cruz de cuatro brazos, portadora de un lignum crucis, ya pudo existir en España en el siglo X y por tanto con anterioridad a la propia fundación de la Orden del Temple. Es el caso de la Cruz enviada por el Papa Juan XI al conde Fernán González y donada por éste con posterioridad al monasterio de San Pedro de Arlanza, hoy desaparecida. Sin embargo, a pesar de tener unas dimensiones mayores que la de Caravaca, era de su misma forma y contenía un lignum crucis.

En el caso que nos ocupa Sería sin duda la Orden del Temple ( si bien es preciso tener en cuenta a su vez la presencia de la Orden del Hospital de San Juan de Jerusalén en Calasparra) la primera institución organizada que iniciara la consolidación del cristianismo en esta comarca fronteriza con los musulmanes (en este caso Caravaca, Cehegín y Bullas), aunque en 1271 y 1272 Cehegín y Bullas aún estaban poblados, en parte, por musulmanes.

De cualquier modo, la presencia material e histórica de la santísima y Vera Cruz de Caravaca está plenamente demostrada ya en el último tercio del siglo XIII. Y la difusión del culto a este peculiar lignum crucis iniciaría su andadura por ese tiempo.



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