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LOS ORÍGENES DEL TEMPLE
Y SU PRESENCIA Y ORGANIZACIÓN EN
LOS REINOS DE LA PENÍNSULA IBÉRICA
Esta Orden Militar, tanto por su trayectoria como por su trágica desaparición en 1312, ha dado pie al establecimiento de mitos en torno a ella, la mayor parte de los mismos salidos del campo del esoterismo, que han llegado hasta nuestros días y que han motivado la multiplicación de publicaciones de toda índole, algunas de las cuales no hacen precisamente justicia a la realidad del origen y justificación de su existencia.

Asimismo, y a la sombra de su historia, han proliferado multitud de instituciones que se atribuyen la sucesión de la Orden del Temple, sin que ello signifique que en realidad, ni por sus fines ni por su recorrido, sean sus herederos.

Hugo de Payns
 
Hugo de Payns

Esta Orden tuvo su origen en Jerusalén, concretamente el año 1119. Tuvo como fundador al caballero francés Hugo de Payns quien, transmitiendo su entusiasmo a otros caballeros, se impuso como objetivo y fin dar protección a los peregrinos cristianos. Los referidos peregrinos, tras la Primera Cruzada (1096-1099), se desplazaban desde distintas partes de la cristiandad hasta Jerusalén con el fin de venerar las reliquias. Sin embargo, su trasiego se veía la mayor parte de las veces dificultado, cuando no interrumpido, por asaltantes musulmanes o de otra índole.

Este grupo de caballeros cristianos tomó como autodenominación la de « Pobres Caballeros de Cristo» y al parecer en principio careció de una sede o albergue concreto. Sin embargo, admirado de la actitud de aquellos, el rey Balduino II de Jerusalén les facilitó hospedaje en unas estancias del Templo de Jerusalén. A partir de ahí, y por el origen francés de sus primeros componentes y fundadores, adquirirían la denominación de «Orden del Temple».

Se trataba de una orden de monjes-soldados, a los que se dotó de una regla, que incluía los votos de castidad, pobreza y obediencia, en este caso contenía la incondicional al Papa, así como una férrea disciplina militar y religiosa. En principio fueron tutelados por los patriarcas de Jerusalén, si bien una bula del Papa Inocencio II les liberó de esa tutela y les otorgó una amplia autonomía.

Tenían como autoridad de mayor rango un Maestre, bajo la cual estaban los caballeros y algunos clérigos. Conforme la organización se hacía más compleja aparecieron los cargos de Gran Maestre (cuya residencia estaba en Jerusalén), Maestre Provincial o Lugarteniente (al frente de cada una de las provincias que se fueran constituyendo), Baile (regentaba una bailía), Comendador (al frente de una encomienda, por lo general integrada en una bailía), subcomendador etc.

Su vestuario más distintivo, generalmente, consistía en túnicas y capas blancas, a veces usadas como sobrecotas, con una cruz griega, roja, en la zona frontal izquierda. Usaban como armas espada y daga, así como cota de mallas y caballo. Se dejaban la barba y rasuraban la cabeza.

Como hemos señalado, muy pronto se fueron sumando nuevos componentes, procedentes de los distintos reinos europeos, siendo bien recibidos, por lo general, por los reyes, e incluso dotados con territorios y bienes. Ello dio pie a una pronta expansión y a la presencia de la institución en esos reinos.

España, los acogió, al parecer, entre 1128 y 1130, épocas en que recibieron las primeras donaciones, procedentes de la realeza y de los nobles. Sin embargo, muy pronto, más concretamente el año 1134, serían objeto de una herencia inesperada consistente en los reinos de Aragón y Navarra, pues el rey Alfonso I El Batallador, hombre de profundas convicciones religiosas, al no tener hijos, había dispuesto en su testamento la entrega a las órdenes militares, entre ellas la del Temple, de todos sus reinos. Se trataba, según su propio criterio, de devolver a Dios todo cuanto Dios, en su vida, le había otorgado, al tiempo que colaboraba en la remisión de sus pecados.escudo templario

Sin embargo, la nobleza aragonesa, considerando que esa decisión era impropia e inaceptable, ya que mezclaba una cuestión política con una situación de conciencia religiosa, en este caso particularmente vinculada al rey, reunida en Jaca, acordó incumplir las disposiciones testamentarias del monarca fallecido, al tiempo que decidió ofrecer el reino a Ramiro, único hermano del rey, monje que en aquellos momentos era prior del monasterio de San Pedro el Viejo de Huesca y obispo de Barbastro. Sería conocido en la Historia de Aragón como Ramiro II El Monje.

Como consecuencia de ello los templarios no recibieron los reinos testamentariamente determinados, si bien, de forma progresiva en el tiempo, les dieron múltiples castillos y territorios, estableciendo bailías, encomiendas y subencomiendas. A finales del siglo XII sus posesiones se computaban en un total de 36 encomiendas.

Conforme los templarios se fueron aposentando y extendiendo por la península Ibérica su organización adquirió una mayor complejidad y amplitud. En principio dividieron la Península en dos grandes provincias: Aragón-Cataluña-Provenza y la de Portugal. Después la provincia de Portugal se dividirá en dos amplias demarcaciones: Portugal de una parte y Castilla y León de otra. Al frente de cada una de estas provincias había un Maestre Provincial o Lugarteniente, que representaba en el territorio de su jurisdicción al Gran Maestre, que tenía su residencia en Jerusalén.

A su vez en cada provincia se formaron las bailías, siendo éstas el instrumento inmediato para el gobierno de las propiedades de la Orden. A su vez, en muchas de estas bailías se instituyeron pequeñas encomiendas y aún subencomiendas, al cargo de comendadores. Asimismo, es preciso destacar que entre las bailías también existían rangos, en función de su papel o extensión dentro de cada provincia.

En cuanto a su organización interna los templarios se agrupaban según cinco categorías, con orígenes sociales y funciones diferenciados: caballeros, sargentos y escuderos, hermanos de oficio y capellanes. Los caballeros y los capellanes eran nobles; los sargentos, escuderos y hermanos de oficio, tenían su origen en el Tercer Estado o Estado Llano.

Los caballeros, sargentos y capellanes eran «hermanos de convento », cumplían los votos monásticos y podían asistir a los capítulos; los hermanos de oficio se ocupaban de realizar las básicas y necesarias labores domésticas y no participaban de la vida conventual. Por su parte ayudaban en la Orden al transporte del armamento y suministros a los caballeros.

Como órgano principal de su funcionamiento estaban los Capítulos Generales, a los que concurrían el Maestre Provincial, los comendadores de mayor rango y otros miembros de la Orden de especial relevancia. Se celebraban en distintos lugares y en ellos se trataban los principales asuntos y se tomaban las decisiones que, a juicio del Capítulo, pudieran beneficiar a la Orden o colaborar a la mejor realización de sus funciones.

Uno de los últimos Capítulos Generales de los celebrados en la Corona de Castilla-León tuvo lugar en Zamora, en mayo de 1307, saliendo del mismo los fueros de la villa de Cehegín, en la bailía de Caravaca de la Cruz (Murcia).

Por lo que respecta a la Corona de Aragón, como ya hemos señalado, los templarios llegaron a ser partícipes, al menos sobre el papel y en las intenciones, del testamento de Alfonso I El Batallador, al que nunca renunciaron, si bien la cuestión quedó en suspenso. Sin embargo, a modo de compensación, recibieron diversos privilegios de ámbito territorial, económico y político, lo que les dio un amplio poder y una gran influencia en las decisiones que tomaran los reyes.

Entre las compensaciones territoriales en principio recibieron la villa de Monzón (Huesca), junto con las veintisiete poblaciones sobre las que tenía jurisdicción, así como el castillo de Barberá (Tarragona) y los de Remolins y Grayena, en Lérida. Así fueron expandiendo su influencia territorial y sembrando la Corona de Aragón de bailías y encomiendas. Además se les autorizó a constituir una nueva caballería para luchar contra los musulmanes y proteger al reino frente a estos enemigos, participando en algunas de las más importantes campañas llevadas contra ellos por los aragoneses.

Pedro II
 
Pedro II El Católico

En el siglo XIII su influencia se incrementó notablemente. Así, se dio la circunstancia de la muerte trágica, en 1213, del rey Pedro II El Católico (batalla de Muret), siendo aún niño de apenas cinco años su hijo y sucesor Jaime (futuro Jaime I El Conquistador), quedando también huérfano de madre. Tras diversos avatares, y por mandato del Papa Inocencio III, fue confiado en tutela a la Orden del Temple, en su castillo de Monzón (Huesca).

Jaime I confirmó a la Orden del Temple todos los privilegios que le fueron otorgados por sus antecesores y, a lo largo de su vida, los amplió. Se apoyó en los templarios en la mayor parte de sus campañas, tanto en la planificación de las mismas como en su ejecución, teniendo en ellos un valioso instrumento de conquista y consolidación de territorios.

También intervino Jaime I El Conquistador en el Reino de Murcia, en apoyo de su yerno, el rey castellano Alfonso X El Sabio, ante la sublevación mudéjar que había estallado en este territorio en 1264. La campaña aragonesa, en la que intervino intensamente el Temple, la dirigió el templario Pere de Queralt, Lugarteniente del Temple en Aragón, consiguiendo la derrota, en 1266, de los musulmanes, y el establecimiento de la Orden templaria en aquella zona. Concretamente en unas casas en Murcia y una bailía con cabeza en Caravaca y que además abarcaría los territorios de Cehegín y Bullas.

No obstante, el hecho de la entrega de Caravaca al Temple en esa época, como veremos en otro apartado, es puesta en duda, barajándose los años de 1244 y 1257, en este caso con origen en Castilla y no en Aragón.

Con los sucesores de Jaime I, y hasta la extinción de la Orden, mantuvieron los templarios unos vínculos similares, llegando incluso a enfrentarse a la invasión francesa de la Corona de Aragón, ordenada por el Papa Honorio IV tras haber excomulgado a Pedro III El Grande y a todo su reino, por los acontecimientos de Sicilia. Ello es una clara muestra de fidelidad de la Orden a los monarcas aragoneses, llegando incluso al enfrentamiento con un mandato del Papa, a quien debían voto de obediencia.

En los reinos de Castilla y León esta Orden hizo acto de presencia más tarde. Según Rodríguez García la primera referencia en Castilla pudo ser un gran fracaso, al renunciar los templarios a la defensa de Calatrava, lo que dio lugar a la fundación de una orden nueva, en 1157, con ese nombre.

Dada la escasez de documentación resulta difícil determinar la fecha de establecimiento de la institución en estos territorios. Parece posible que las primeras donaciones que recibieron se dieran entre 1140 y 1160, considerándose la el territorio de Tierra de Campos como sede de uno de sus primeros asentamientos.

Se conoce su colaboración con distintos reyes castellano-leoneses en distintos momentos de sus campañas, lo que les sirvió en muchas ocasiones para poder consolidar nuevos asentamientos y encomiendas.

Según Pereira Martínez, las encomiendas templarias existentes en los territorios de la Corona castellanoleonesa, excluyendo las de Galicia, fueron las siguientes:

  • Provincia de León: Ponferrada-Pieros-Rabanal del Camino, Villapalmaz (Toral de los Guzmanes).

  • Provincia de Valladolid: Mayorga de Campos, Ceínos de Campos, convento de San Juan de Valladolid, San Pedro de Latarce, Medina del Campo-Luctuosas.

  • Provincia de Zamora: Villárdiga, Pajares de Lampreana, Tábara-Carbajales-Alba de Aliste, Zamora, Alcañices, convento de Toro, Benavente, Villalpando.

  • Provincia de Soria: convento de San Juan de Otero.

  • Provincia de Logroño: Alcanadre.

  • Provincia de Palencia: Santa María de Villasirga.

  • Provincia de Salamanca: Salamanca, Ciudad Rodrigo.

  • Provincia de Toledo: Casas de Cebolla y Villalba, Montalbán, Yuncos.

  • Provincia de Córdoba: Casas de Córdoba.

  • Provincia de Sevilla: Casas de Sevilla.

  • Provincia de Murcia: Caravaca.

  • Provincia de Cáceres: Alconétar.

  • Provincia de Badajoz: Jerez de los Caballeros-Fregenal de la Sierra, Capilla, Valencia del Ventoso.

 


EL TEMPLE Y EL CAMINO DE SANTIAGO
La Orden del Temple hizo acto de presencia en Galicia ya a mediados del siglo XII. Una de sus primeras y principales bailías en esta tierra fue la del Burgo de Faro (concejo de Culleredo, en Coruña).

Era una villa portuaria abierta hacia el litoral atlántico, en una de las rutas francesas, la «ruta gascona », que empezaba en el puerto de la Rochelle y llegaba, por el Cantábrico, hasta Galicia y Lisboa, transportando mercancías y peregrinos. Asimismo se especula que serviría de escala a navíos templarios que se dirigían a Palestina.

Así pues se considera que este asentamiento se constituiría en una de las bases de mayor importancia para la radicación del Temple en toda Galicia, constituyéndose otras muchas encomiendas. Así, en Coruña: Además de la bailía de Burgo de Faro, las encomiendas de Betanzos, Lendo, San Sadurniño; en la provincia de Lugo: Sanfiz de Hermo, Santa María de Neira (ambas en las inmediaciones del Camino Francés) y Canabal; en la de Orense la bailía de Amoeiro y en la provincia de Pontevedra la bailía de Coia, por cuyas tierras pasa el Camino Portugués.

La mayor parte de estas bailías y encomiendas estaban estratégicamente situadas en los caminos de peregrinación a Santiago de Compostela, lo que hizo que la Orden jugara un importante papel en el mismo.

Así pues la Orden se instaló estratégicamente en el Camino de Santiago, instituyéndose a su vez como guardianes del mismo y apoyo a las peregrinaciones y al culto cristiano a lo largo del camino y en las zonas de su entorno, a través de sus bailías y encomiendas, no solamente en el Camino de Santiago, sino también en Navarra, Aragón y Castilla, cuyos territorios forzosamente se convirtieron en zonas de trasiego de peregrinos, procedentes de toda la cristiandad peninsular, en dirección a Santiago de Compostela. La búsqueda de la seguridad en los caminos llevaría a los peregrinos a aproximarse todo lo posible a los lugares de mayor protección, muchos de ellos regentados por la Orden del Temple.

En el propio Camino de Santiago se han atribuido construcciones a esta orden y establecido rutas que pudieron enlazar con el propio Camino. Así, entre las construcciones se atribuyen en Puente de La Reina (Navarra), la Iglesia de Santa María de los Huertos; en Eunate, la Iglesia de Santa María; en Torres del Río (Navarra), a medio camino entre Estella y Logroño, la Iglesia del Santo Sepulcro etc.

 

EL TEMPLE EN MURCIA
Y CARAVACA DE LA CRUZ
La presencia de esta Orden Militar en el Reino de Murcia viene unida al proceso de reconquista de este reino musulmán por parte cristiana, en el siglo XIII, siendo en época del rey Alfonso X El Sabio cuando se consolida la posesión castellana, aunque no exenta de presencia aragonesa en momentos diferentes de este siglo y primeros años del siguiente.

Así, por algunos autores se ha especulado con el hecho de que la Orden del Temple ya se instalara en Caravaca el año 1244, vinculándolo a la conquista de Lorca y a la intervención del maestre del Temple Martín Martínez en el Tratado de Almizarra, entre Castilla y Aragón, recibiendo Caravaca y Cehegín como tenencia (no como bailía), la cual habría sido dada previamente en esa condición, el año anterior, a los aragoneses Berenguer y Gombart.

Por otra parte, también se especula con el hecho de que dicha donación se hiciera el año 1257, si bien en este caso el rey Alfonso X únicamente entregaría a la orden Caravaca y Cehegín, ya que en ese mismo año el monarca hizo que Bullas pasara a depender de Mula, que era realenga.

Sin embargo, una de las hipótesis de más peso al respecto es la que vincula la presencia templaria en la zona con el hecho de la sublevación mudéjar de 1264. Según esta hipótesis Jaime I, suegro del rey castellano, acudió en su apoyo ante la referida sublevación, actuando en los años 1265 y 1266, acompañado por el Lugarteniente del Temple en Aragón, Pedro de Queralt, y una nutrida tropa de esta Orden. De ahí que, una vez pacificada Murcia, Jaime I concediera a la Orden del Temple varias casas en la capital y un huerto limitado en dos partes por los muros de la ciudad. Y además, promovería ante el rey Alfonso X el establecimiento de una bailía que tendría su cabeza en Caravaca y que abarcaría territorios de Cehegín (con la excepción de Canara) y Bullas.

El hecho de barajarse hipótesis se debe a la escasez de documentos al respecto, siendo el primero de los conocidos en ese sentido, hasta hoy, uno de 1271, a raíz de la firma de una concordia entre la Orden del Temple, García Martínez (Electo de Cartagena que no llegaría a ser consagrado Obispo) y el Cabildo de Cartagena, sobre pago de diezmos eclesiásticos de Caravaca.

De cualquier modo, en la segunda mitad del siglo XIII los templarios ostentaban esta importante bailía, si bien con avatares como el que sucedió el año 1285. Concretamente en el segundo semestre de ese año, siendo bayle o comendador templario de Caravaca Bermudo Menéndez, tuvo lugar la ocupación atribuida a Alí Mohamet, alcaide musulmán de Huéscar (Granada), sin resistencia alguna, del castillo de Bullas. No obstante, si bien el hecho se produjo, en 1285 la villa de Huéscar se mantenía en manos de la orden de Santiago, por lo que los sarracenos invasores podrían proceder de otras zonas del reino de Granada, colindantes y cercanas a la bailía de Caravaca, como pudieron ser Vélez Blanco o Vélez Rubio, en la actual provincia de Almería.

Monumento a Sancho IV
 
Monumento a Sancho IV

El hecho en sí tuvo lugar, como se deduce de un documento del rey Sancho IV, de enero de 1286, que se expresa en los siguientes términos:

…Bermudo Menéndez, comendador que era de Carauaca e de Cehegin porque dio el castillo de Bullas a los moros e tiene estos dos castillos en nuestro deservicio e viene desto gran daño a toda la tierra que es cerca de allí…

Se considera que, a raíz de este acontecimiento, el rey Sancho IV retiró a la Orden del Temple el territorio y la jurisdicción sobre la bailía de Caravaca, convirtiéndose en jurisdicción dependiente directamente del rey. Al mismo tiempo ordenó la demolición del castillo de Bullas, por considerarlo inseguro para la defensa de los intereses cristianos en el territorio.

Tras un periodo de tiempo que se considera corto, la bailía volvería de nuevo a los templarios. No obstante existen diversas opiniones al respecto y lo cierto es que no existe una evidencia documental de cuándo este territorio volvió a la Orden. Incluso algún autor, caso de Juan Manuel del Estal, atribuye la presencia santiaguista en Caravaca ya en 1296, 1304 y 1316. Ello significaría que Sancho IV habría hecho entrega de estos dominios a la Orden de Santiago (ya implantada en la vecina Moratalla). Sin embargo da la impresión de que en el contenido de esa atribución pudiera existir alguna interpretación no conforme, como comprobaremos más adelante.

Esta situación, referida al año 1296, tiene como conexo el hecho de la intervención de Jaime II de Aragón en el Reino de Murcia con la idea de anexionárselo y cerrar a Castilla su salida al mar Mediterráneo. Ocupó el reino, haciendo ciertas concesiones a las órdenes militares, con el fin de evitar su resistencia, lo que implicaba la confirmación de sus comendadores al frente de las encomiendas. No obstante la presencia del Temple en Caravaca parece incuestionable, según se deduce del siguiente documento, fechado en Mula el 30 de mayo de 1296, publicado por Juan Torres Fontes:

Noveritis nos recepisse sub nostra custodia comenda ac guidatico speciali, loca de Caravacha et de Çefagi quae sunt in Regno Murcie. Ordinis Templi.

De donde se deduce claramente la presencia templaria en Caravaca en esa época.

Además, el mismo autor últimamente referido constata que el 12 de junio de ese mismo año Jaime II recibía homenaje de fidelidad del comendador templario Lope Pays, asegurándole a cambio su favor real. También de ese documento se deduce que Caravaca ya había sido ocupada por las tropas aragonesas con anterioridad al mes de junio.

De todos modos llama la atención que Juan Manuel del Estal establezca que el 3 de agosto de 1296 el rey dio «orden al comendador santiaguista de Caravaca, Cehegín y Bullas, Fray Lopez Pays (sic), de restituir a los judíos Yuzeff y Abulazar los bienes incautados». Torres Fontes, por el contrario, razona la misma situación pero considerando a Lope Pays comendador templario. Y el mismo Del Estal hace constar que el 30 de diciembre de 1304 Jaime II se dirigiría al «maestre santiaguista don Juan de Osorez sobre asuntos de heredamientos en Caravaca ». Y efectivamente en esa época don Juan Osorez era maestre de la Orden de Santiago, sin embargo, como veremos a continuación, Caravaca en ese año era templaria. Concretamente el 8 de agosto se firmaba la Sentencia Arbitral de Torrellas (Zaragoza) por la que se reintegraba a Castilla el Reino de Murcia, si bien la parte septentrional, es decir la correspondiente a la gobernación de Orihuela, quedaba en manos de Aragón. A través de la referida sentencia se conoce el nombre de otro de los comendadores templarios de Caravaca: Beltrán de Ribasaltas, quien comienza la nueva etapa castellana y en 1305 se hallaba al frente de la bailía caravaqueña.

Según Torres Fontes, el último comendador templario de Caravaca conocido fue Juan Yáñez, a quien tocó testimoniar la confirmación que el maestre Rodrigo Yáñez, tras el Capítulo General de Zamora, hizo a Cehegín del Fuero de Alcaraz, el año 1307.

Tras la desaparición de la Orden del Temple, a partir de 1310, sí parece que estas tierras pasaran a disposición de la Orden de Santiago, si bien la propiedad efectiva no la obtuvieron hasta el año 1344, en época de Alfonso XI. No obstante, ya el 20 de febrero de 1316, según Del Estal, existen referencias al «comendador santiaguista de Caravaca, don Alfonso García», lo que puede significar el establecimiento de una encomienda santiaguista que abarcara únicamente el ámbito territorial del municipio de Caravaca.

Hasta aquí las reseñas históricas de la Orden del Temple y su presencia en el Reino de Murcia, teniendo como principal referente a Caravaca y su bailía. El tiempo total de permanencia de esta Orden en el lugar estuvo en torno al medio siglo, años arriba o abajo. Durante ese tiempo sin duda hubo un trasiego significativo de los componentes de esta Orden entre sus encomiendas y bailías y, en muchos casos, en dirección a los Capítulos Generales, convirtiéndose así en un importante factor de difusión de la realidad fronteriza que se vivía y de la presencia de la Vera Cruz, cuyo culto sin duda ya se inició bajo la égida templaria.

Así pues, no es en absoluto descartable el nacimiento de incipientes corrientes de peregrinación hacia este lugar, y desde él y sus aledaños hasta Santiago de Compostela. La abundancia, tanto en Castilla como en Aragón, de enclaves templarios, al fin y al cabo, protectores de peregrinos, se constituiría en un importante factor impulsor de esos movimientos. Bien es verdad que si la documentación acerca de la presencia templaria escasea, mucho más aquella que pudiera fijar la presencia de peregrinos en uno u otro sentidos. Sin embargo esos movimientos existieron, dada la época teocéntrica en que se constituyó la Edad Media y las corrientes de peregrinación en busca de las reliquias.

Torres Fontes, al resumir el papel templario en la zona escribió sobre «…las muchas dificultades que encontraron los comendadores templarios, pero su buen hacer dejó profunda huella, que se mantiene entre leyenda y realidad, en aceptable tradición, ya que hicieron efectivos sus dos más caros objetivos: culto a la Cruz y defensa de la frontera.»



 

LA FRONTERA CONLOS RESTOS
DE AL-ÁNDALUS (S.XIII-XV)
Ya en época musulmana, seguramente en el propio siglo XI, con el nacimiento de los Reinos de Taifas, Caravaca y su entorno se constituyeron en zona fronteriza, afectando a Murcia, Granada, Almería y Jaén, lo que dio pie a que se levantaran fortalezas, frente a las propias incursiones islámicas, en los Poyos de Celda, Caravaca, Moratalla, Benizar, Cehegín o Bullas.

En el siglo XIII, concretamente tras la batalla de las Navas de Tolosa (1212) y la contundente victoria cristiana, se rompe el equilibrio relativo que hasta entonces había existido en la Península Ibérica entre musulmanes y cristianos, al tiempo que se abrió el valle del Guadalquivir a las milicias cristianas. Así, entre los años 1224 y 1264 prácticamente toda Andalucía, desde Sierra Morena hasta las Subbéticas, y desde Jaén hasta la costa de Huelva, pasaron a formar parte del reino de Castilla. Sería el rey Fernando III El Santo (1217-1252) el principal impulsor de ese proceso, mientras que su hijo, el príncipe Alfonso, después Alfonso X El Sabio (1252-1284) consolidaría la conquista del Reino de Murcia.Batalla de las Navas de Tolosa

En ambas empresas los monarcas castellanos encontraron un importante apoyo de las órdenes militares, fundamentalmente el Temple, Santiago y Calatrava. De ahí que éstas se beneficiaran en los repartimientos y se establecieran en muchas zonas, principalmente las fronterizas. En el caso del Reino de Murcia la más beneficiada fue la Orden de Santiago, a la que habría de sumarse, tras la sublevación mudéjar de 1264, la del Temple en el Noroeste de dicho Reino, como ya hemos visto. Ambas órdenes desarrollaron los procesos de repoblación de los territorios y defensa de la recién establecida frontera, de la que Murcia se erige en parte importante en su área occidental, con los restos de Al-Ándalus.

Precisamente en el siglo XIII, tras la integración de estas tierras en el reino de Castilla y la consolidación del reino nazarí de Granada, la frontera adquiriría una personalidad seguramente inédita hasta entonces. Bien es verdad que los acuerdos con los reyes castellanos y los conflictos internos de la propia Castilla conllevaron largos periodos de paz entre los dos reinos. Sin embargo, la fuerte cimentación del reino de Granada y los problemas del de Castilla, dieron pie a cierto debilitamiento de las zonas fronterizas, que sería aprovechado por cristianos, almogávares y musulmanes para llevar a cabo incursiones en las franjas aledañas.

La frontera no era una línea tal y como hoy la concebimos en nuestras delimitaciones territoriales, sino una amplia faja de terreno o tierra de nadie extendida entre los reinos de Granada y Castilla, en nuestro caso abarcando áreas del Noroeste y de la comarca del Guadalentín. En ella, a finales del siglo XIII y fundamentalmente durante el XIV y la mayor parte del XV, se daban incursiones cristianas, denominadas "cabalgadas" o "apellido", en función del carácter que cada una de ellas tuviera, y que albergaban como función principal no la ocupación o conquista de territorio enemigo, sino que se trataba de hacer prisioneros para pedir rescate, llevarse ganados y debilitar la economía del otro quemando cosechas. Era la llamada «guerra chica ».

En el caso musulmán ocurría otro tanto. Sus incursiones se denominaban "razzias" y en ocasiones llegaron a recorrer buena parte del reino de Murcia, llegando incluso a las puertas de Orihuela. A ellas hay que sumar la acción de los almogávares granadinos, constituidos en verdaderas bandas armadas, que recorrían la frontera realizando pillaje y extorsión y buscando botín y ganancias a cualquier precio.

Los habitantes de la zona cristiana fueron organizados y dirigidos por las órdenes militares, estableciéndose sistemas de ataque y defensa. Esta situación motivó que las zonas cercanas al territorio fronterizo se convirtieran en despoblados y los pobladores, cristianos y musulmanes, a un lado y otro de la misma, habitaran en las cercanías de los núcleos fortificados, estableciéndose sistemas de alarma y vigilancia con el fin de prevenir los ataques y aprestar a la población a refugiarse y defenderse tras las murallas de las villas y, en último extremo, en los correspondientes castillos. Ello originó que en muchas ocasiones, como le ocurrió a Caravaca, se dieran situaciones de asedio a las poblaciones, debiendo recurrirse a veces al apoyo de tropas de otras poblaciones, incluso enviadas por el Adelantado del Reino de Murcia, en su auxilio.

En Caravaca, concretamente en el siglo XIV, el sistema de vigilancia se vio reforzado, mandándose construir, por el Maestre de Santiago don Lorenzo Suárez de Figueroa, una línea de atalayas o torres-vigía que en poco tiempo, por lo general por medio de señales de humo, seguidas del toque de campanas a rebato en los núcleos poblacionales, advertían de cualquier peligro enemigo. De ellas quedan dos testimonios en perfecto estado, cuales son las torres-vigía denominadas de La Represa y de Jorquera, cuyo contacto visual con el Campo de Caravaca y con el castillo de esta población es casi perfecto.

En esas circunstancias, la Cruz de Caravaca se convirtió en un importante emblema de avanzada de la Cristiandad frente al Islam. Un lignum crucis establecido en la frontera, símbolo de protección y objeto de culto y reverencia en la época. Y en esta época, a pesar de las dificultades someramente expuestas, ya se dieron peregrinaciones.



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