LA SANTÍSIMA Y VERA CRUZ DE CARAVACA |
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En sus orígenes, con presencia documentada en la fortaleza y villa de Caravaca de la Cruz en la segunda mitad del siglo XIII, se trataba de una cruz patriarcal de doble brazo, por tanto, de origen oriental, con vínculos con el mundo bizantino, y cuya iconografía estuvo muy difundida en las estaurotecas de diferentes zonas de Europa. |
Se trataba de una auténtica cruz pectoral de doble brazo, cuyas medidas más aproximativas eran: largo 16.72 cm; crucero superior: 6.27 cm; y su grosor en torno a 1.7 cm. Era de madera muy sólida y de color canela clara, guarnecida de oro esmaltado por las equinas y, para cuando era sacada en procesión, tenía un relicario con viriles de cristal para que la madera pudiera ser vista. Se da la circunstancia de que este tipo de madera y su color parecen coincidir con la del lignum crucis, de grandes dimensiones, que se venera en Potes (Cantabria), en el Monasterio de Santo Toribio de Liébana.
Una tradición piadosa vincula su origen a la madera de la Cruz en que murió Jesucristo, de la que se fueron desgajando trozos o reliquias que, unas veces como simples astillas y otras formando cruces, se distribuyeron por el mundo cristiano, por lo general en relicarios, entre los que se establecieron algunos de doble brazo o forma patriarcal (San Pedro de Arlanza, Astorga, Zamarramala, etc.).
Desde el siglo XVI (o tal vez antes) se le dotó de engastes o relicarios metálicos, adaptados a su forma (a modo de estuche o funda) y, naturalmente, de mayores dimensiones para poder albergarla, con cierta riqueza iconográfica y decorativa, que preservaban la madera y que, por medio de viriles de cristal, permitían su visión exterior, al tiempo que servían para sacarla en las procesiones, ya existentes en la Baja Edad Media.
El último engaste, en oro, plata y pedrería, fue donado en 1777 por el Duque de Alba. Este engaste sustituyó al donado en 1711 por el Duque de Montalto. Tras la sustitución, el Duque de Alba pidió conservar el de Montalto, puesto que había estado en contacto con la Sagrada Reliquia.
El tormentoso año 1934, en plena II República Española, resultaría fatal para Caravaca y su Vera Cruz. En concreto, la noche del trece al catorce de febrero de ese año, la Cruz de Caravaca, que había permanecido en la localidad –de forma documentalmente constatada- más de seiscientos años, fue sustraída de su Santuario. La cuestión tuvo un impacto de grandes dimensiones en la sociedad caravaqueña, estando a punto de costarle la vida al capellán del santuario a manos de una multitud enardecida. A quien sí le costó la vida fue al jefe instructor del sumario, tiroteado a plena luz del día. Al filtrarse la posible imputación de una persona, ésta acabó con la vida del juez.
Lo cierto es que el sumario, aunque continuó, acabó cerrándose en falso y, a día de hoy, a pesar de las múltiples especulaciones en torno a la autoría del sacrílego robo, nada en concreto se sabe acerca del paradero de la Cruz de Caravaca, ni tan siquiera si se puede dar algún día la deseable circunstancia de su aparición.
Dos años después del robo, estalla la Guerra Civil y el culto a la Vera Cruz quedó suspendido. Tras la finalización de la contienda fratricida, se planteó la realidad de que, a pesar de haber desaparecido la reliquia, sin embargo el culto y la devoción cristiana que había suscitado durante tantos siglos, no se había diluido, antes al contrario, se vio incrementado por los avatares de la guerra.
La nueva reliquia
Esta devoción llevó a la Iglesia a intentar llenar el hueco material y tangible que la desaparición de la Cruz motivó y, en el año 1942, el Papa Pío XII envió, procedentes del fragmento atribuido a la cruz de Cristo y existentes en Iglesia de la Santa Cruz de Jerusalén, en Roma, dos fracciones o astillas (lignum crucis) para conformar una pequeña cruz que habría de sustituir a la sustraída Cruz de Caravaca.
Poco después se realizó un relicario o engaste que reproducía el donado en su día por el Duque de Alba. En él se albergaría, y alberga, el lignum crucis de Pío XII.
En 2006 se añadió otro fragmento o lignum crucis procedente de Jerusalén.
NACIMIENTO Y DIFUSIÓN DEL CULTO A LA VERA CRUZ |
Podemos afirmar la existencia de importantes vestigios documentales que demuestran que en la primera mitad del siglo XIV el culto a la Vera Cruz de Caravaca era un hecho. Y esos vestigios vienen ligados a la presencia de la Orden de Santiago en estos territorios, a partir de que, con fecha 3 de agosto de 1344, en la ciudad de Toro, el rey Alfonso XI hiciera donación a la referida orden de los territorios murcianos que habían constituido la bailía de la Orden del Temple en el Reino de Murcia, concretamente los de Caravaca, Cehegín y Bullas, en la persona del Maestre de Santiago, don Fadrique, hijo bastardo del rey referido, constituyendo en ellos una encomienda que, en lo venidero, habría de convertirse en una de las más importantes de la Orden de Santiago en su provincia de Castilla.
Del contenido directo y documental de esta donación no es posible extraer referencia alguna a la Vera Cruz o a la existencia de culto en torno a la misma. Sin embargo solamente diez años más tarde, es decir en 1354, un privilegio del Maestre de Santiago, Juan García de Villágera, confirmaba al Concejo de Caravaca en sus usos, y entre otras concesiones precisaba «..e lo que fuere mandado e dado a la Vera Cruz..». De donde es deducible, por una parte la presencia de la Vera Cruz, y por otra un culto establecido que originaba dádivas.
En este último sentido nos sirve de testimonio, en 1363, el hecho de que una vecina de Molina de Segura, en su testamento, dejase establecido que se mandase un maravedí a la Vera Cruz de Caravaca. Así pues, a tenor de lo expuesto, podemos afirmar que el culto a la Stma. y Vera Cruz de Caravaca, prácticamente desde su aparición y presencia histórica está reconocido y consolidado ya en el siglo XIV, como también es demostrable en sendas Bulas de la segunda mitad de este siglo, dirigidas a la Orden de Santiago, en Caravaca, por el Papa Clemente VII, desde Avignon.
En ellas dejó clara referencia al desplazamiento de peregrinos desde partes lejanas hasta Caravaca, entonces tierra de frontera con el Islam. Además la Aparición en el mismo siglo XIV, al parecer en 1384, del ritual del Baño del Agua, al que se le atribuyeron poderes milagrosos frente a adversidades de ámbito natural y frente a enfermedades, se convierte en otro factor demostrativo de la consolidación del culto y de la atracción ejercida por el mismo, coincidiendo con la Fiestas de la Invención de la Cruz.
Con respecto a la difusión del culto a la Stma. y Vera Cruz de Caravaca no abunda la documentación testimonial , si bien podemos pensar que el mismo, en el caso del Reino de Murcia, fue paralelo, y casi inmediato, al de consolidación del culto en la esfera territorial de Caravaca y pudo comenzar ya con la Orden del Temple, a su vez con presencia en Murcia. Así por un lado la existencia constatada de limosnas y donaciones a la Vera Cruz ya en la segunda mitad del siglo XIV y durante la mayor parte del XV, y por otro la petición, el año 1406, por el Concejo de Murcia, de agua procedente del ritual del Baño de la Reliquia para esparcirla en la Huerta, demuestran claramente que, con mayor o menor intensidad, dicho culto había traspasado en esas épocas las fronteras jurisdiccionales de la encomienda de la Orden de Santiago en Caravaca.
Es más, según la propia justificación del origen del Baño de la Vera Cruz en agua, con base en la declaración del clérigo Ferrán López, en el año 1384 en Lorca y Totana se había señalado una enorme plaga de langosta, por lo que sus concejos acordaron enviar comisionados a Caravaca para solicitar a su Ayuntamiento y al Vicario que bañasen en agua la Stma. Cruz y se la diesen, con la esperanza de que, un vez esparcida ésta, la referida plaga remitiría. A partir de ahí quedaría la costumbre de bañar la Reliquia, coincidiendo con el día tres de mayo, festividad de la Invención de la Cruz.
Y pudo ser o no exactamente esa fecha la del inicio de este ritual; sin embargo, lo referido más arriba sobre la solicitud, perfectamente documentada, del ayuntamiento de Murcia, en ese mismo sentido y solamente veintidós años después, nos da pie a pensar que la realidad no estaba muy lejana de esa afirmación.
De lo hasta aquí expuesto resulta obvia la hipótesis de que la fe en la Santa Vera Cruz de Caravaca, y la creencia en la existencia de poderes excepcionales emanados de la misma, ya eran un hecho establecido, y difundido, en el siglo XIV, tomando un importante arraigo en ésta y en la siguiente centuria. Por supuesto no cabe pensar que únicamente Lorca y Totana tuvieran noticias al respecto en el ámbito del Reino de Murcia. Es más, el hecho de que el siglo XIV fuera una época de graves crisis (políticas, económicas y sociales) así como de epidemias muy mortíferas, pudo a su vez convertirse en un importante factor de consolidación.
Pero existen otros testimonios, fundamentalmente de esfera material, que corroboran la fuerte presencia del culto a la Vera Cruz de Caravaca en los siglos XIV y XV, tanto en el Reino de Murcia como en otros lugares de España. Así, limosnas procedentes de Murcia las hallamos en los años 1363, 1407, 1429 o 1475, originarias de particulares o de determinadas autoridades.
Además se pueden argumentar otros testimonios, como la ratificación del privilegio del Maestre Juan García de Villágera, en 1379, por el también Maestre de Santiago Fernando Osórez, que nuevamente volvía a referirse a las limosnas que le fueran dadas a la Santa Vera Cruz.
Con respecto al privilegio del Maestre Osórez diremos que supone una clara constancia de la continuidad de un culto ya implantado y con fuerte arraigo y difusión, que no se limitaba a una sencilla advocación o veneración, sino que comportaba la entrega de ofrendas o limosnas, fruto en algunos casos de agradecimiento por beneficios materiales o espirituales recibidos.
La donación del Maestre don Lorenzo Suárez de Figueroa, en su peregrinación a Caravaca, en 1390, por su parte testimonia lo que más arriba hemos reseñado, al tiempo que demuestra la divulgación del culto a la Vera Cruz en los ámbitos de la Orden de Santiago, o al menos en su provincia de Castilla. La propia inscripción, “Domini Laurentii Çuareii de Figueroa Cruce Tecam Precepii Veri Notuum” (“Don Lorenzo Suárez de Figueroa mandó hacer esta caja para la denominada Vera Cruz”) lo testimonia.
Esta arqueta, una de las piezas más emblemáticas del actual ajuar de la Vera Cruz de Caravaca, es considerada como una de las muestras más tempranas de la platería medieval en los territorios de la antigua diócesis de Cartagena. Los especialistas consideran dificultoso asegurar el lugar de ejecución de esta pieza de orfebrería, si bien convienen en que no se realizó en un obrador local.
Este hecho demuestra que el más alto cargo de la Orden de Santiago, en el momento de la ejecución de esta obra, tenía en gran aprecio al lignum crucis de Caravaca y profesaba una profunda veneración al mismo, de ahí que no se conformara con una dádiva cualquiera, sino que encargó una arqueta en la que se custodiara, de manera digna, el referido lignum crucis. Y por otra parte que su arraigo era anterior a la implantación de la Orden de Santiago, que encontraría ya el culto establecido, no siendo por tanto una obra o «invento» de la propia Orden.
En tercer lugar las Bulas de Clemente VII (1378-1394), desde Avignon, a favor de la Capilla de la Santa Cruz de Caravaca, explicitan de forma clara y concisa la implantación de ese culto, no solamente en la zona, sino en otros lugares de España, así como deja clara y meridiana la realidad en aquellos momentos (1379, 1392) de la existencia de peregrinaciones, que sin duda se harían a través de los pocos caminos y rutas existentes en la época, sobre la red deteriorada de calzadas romanas de distinta categoría.
La presencia de los Caballeros de la Orden de Santiago, custodios asimismo del Camino de Santiago, se convertiría a su vez en una garantía para quienes se atrevieran a peregrinar a Caravaca. Ello también pudo ser un acicate en las referidas peregrinaciones, al tiempo que la Orden, a través de sus freyres y religiosos, se convertía en un magnífico agente de difusión.
En la Bula papal de 1392 se contienen diversos aspectos hartamente significativos al respecto. El primero de ellos se refiere a la preservación « … de las cosas dadas a dicha Capilla… » hasta el punto que únicamente el Pontífice podría absolver a quien las usurpase; de donde podemos deducir por una parte que en el siglo XIV se hacían donaciones de diversa índole a la Vera Cruz de Caravaca, y por otra que algunas de las personas directa o indirectamente relacionadas con la misma se apropiaban de ellas.
Además, deja constancia de la pertenencia de la fortaleza en que se custodiaba la Reliquia a la Orden de Santiago, así como a su ubicación en zona fronteriza con los musulmanes, al expresar: « …Y así como supimos que el real castillo de Caravaca, de el obispado de Cartagena, el cual los amados hijos, maestre y hermandad de la religión de Santiago de Espada, afirman les pertenece, se halla situado en los confines o cercanías de los sarracenos...»
Igualmente resalta el hecho del establecimiento del culto a la Vera Cruz y de peregrinaciones importantes a su capilla: «...y que a la Capilla de la Santa Cruz de dicho real Castillo concurre gran multitud de los mismos fieles, que vienen de lejanas partes, por los grandes milagros que ha obrado, y todos los días obra la divina clemencia, principalmente librando a los fieles de Cristo cautivos por los sarracenos. »
De aquí podemos deducir que ya a finales del siglo XIV el culto a la Vera Cruz había adquirido una notable expansión en el ámbito cristiano (« ...concurre gran multitud de los mismos fieles, que vienen de lejanas partes…»), convirtiéndose su Capilla en santuario de peregrinación, en una época eminentemente teocéntrica como lo era la Baja Edad Media, teniendo como eje fundamental un fragmento de la Cruz de Cristo que, según se afirmaba en la época, había obrado milagros.
Además el Pontífice hace expreso su deseo de que la Capilla se fortalezca como centro de peregrinación y de recepción de limosnas, las cuales habrían de servir para que la defensa del cristianismo, a través de la Orden de Santiago, se hiciera firme en una zona frontera con los sarracenos:
...deseando nosotros que la dicha Capilla se frecuente con convenientes honores, para que los fieles de Cristo más liberales por causa de su devoción concurran a dicha Capilla, donde den sus piadosas limosnas, con las cuales se miren más llenos de los dones de la celestial gracia..
Para apoyar ese deseo concede indulgencias a quienes anualmente, así como en determinadas festividades, y de forma especial en las fiestas de la Invención (3 de mayo) y Exaltación de la Cruz (14 de mayo) peregrinasen allí:
...y que anualmente visitaren la dicha Capilla con toda devoción, y en ella diesen sus piadosas limosnas, como también en cada una de las celebridades de sus festividades y octavas…
Así pues, de la Bula del Papa Clemente VII desde Avignon podemos se deducen los siguientes aspectos:
-A finales del siglo XIV el culto a la Vera Cruz de Caravaca ya se hallaba asentado y reconocido por la Iglesia, siendo la Orden del Temple su primera iniciadora y difusora.
-En una época tan convulsa en el seno de la Iglesia Católica, como la del Cisma de Occidente, llama poderosamente la atención que este Papa (“Antipapa” para la Iglesia Católica), apoyado por Castilla frente a Urbano VI, recibiese, en Francia, cumplida información de Caravaca y de su Capilla de la Vera Cruz, y que se ocupara en conceder una Bula de indulgencias bastante amplia, informado de que a esta Capilla acudían fieles «...de lejanas partes..»
-En esta época, media Europa estaba excomulgada por la otra media, y viceversa. Tal vez la presencia de un foco de expansión del cristianismo en tierras fronterizas con los musulmanes aparecía ante Avignon como un asidero más al que agarrarse frente a la presión de Roma, apoyando el culto a una reliquia custodiada por la poderosa Orden de Santiago.
En definitiva, parece completamente cierto que el nacimiento al culto a la Vera Cruz de Caravaca tuvo mucho que ver con la Orden del Temple, iniciando esta institución su difusión, primeramente entre sus propios componentes y en sus casas, bailías y encomiendas, así como los primeros pasos en su consolidación, siendo la Orden de Santiago su continuadora y amplificadora en todos los ámbitos.
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