Necrópolis de El Cigarralejo

Plomo en graco-ibérico aparecido en la Tumba 21 del Cigarralejo

La primera campaña de excavación en la Necrópolis de El Cigarralejo (Mula) se realizó en el año 1947. Poco tiempo antes, mientras D. Emeterio Cuadrado excavaba el Santuario del Poblado homónimo, un campesino fue a visitarles para contarles que al hacer un hoyo en su bancal, había aparecido una olla llena de cenizas que se desparramaron al romperla para conocer su contenido.
Las primeras prospecciones superficiales dieron como resultado la localización de abundantísimos materiales ibéricos en los dos bancales, situados en una ladera del santuario.

Tumba 452 en proceso de excavación. Agosto de 1980

Las tumbas de la Necrópolis aparecen hasta con ocho superposiciones, aunque la media documentada en las numerosas campañas de excavación realizadas es de cuatro o cinco. Los niveles arqueológicos llegan en ocasiones hasta los dos metros producto de la excavación de tumbas en los derrumbes de los túmulos que coronaban las más antiguas.
El gran numero de enterramientos excavados, la superposición, así como el ajuar permitió definir con bastante exactitud la cronología de la Necrópolis, que se usaría a partir de finales del siglo V, durante los siglos III, II y hasta mediados del I a.C, el volumen de enterramientos localizados es bastante menor. Esta reducción puede deberse a dos factores fundamentales la alteración de las capas superficiales del yacimiento debido a las tareas agricolas y a la posible utilización de otra necrópolis en las etapas finales del yacimiento. La máxima concentración de incineraciones corresponde al S. IV en su conjunto, siendo esta necrópolis uno de los ejemplos paradigmáticos de los rituales funerarios ibéricos, asi como de su reflejo en la cultura material.

Cigarralejo campaña de 1954, sobre la Tumba 134


Durante el amplio período en el que se sucedieron las campañas de excavación se documentaron 547 tumbas lo que permitió obtener una idea clara de cuáles fueron los ritos funerarios que presidieron los enterramientos de El Cigarralejo.
El cadáver debió ir vestido con un buen traje o un sudario de tela fina, ya que se encontraron restos de tejidos carbonizados o conservados por óxido de hierro o cobre. Asimismo se les enterraba con alhajas o objetos de adorno, como prueban los numerosas piezas de ornato documentadas: anillos, fibulas, brazaletes, broches de cinturón, ..etc, es decir los difuntos eran incinerados con sus pertenencias personales. Así mismo, a algunos se les enterraba con sus armas: falcatas, escudos, soliferrea ..etc o con las herramientas de su oficio (agricultores, curtidores)
En el caso de las tumbas femeninas, se documentan objetos personales y de adorno: fibulas, piezas en hueso, un gran número de fusayolas, pendientes ...etc. Los niños de corta edad se les inhuman en una urnita cerámica enterrándola en el hueco ente dos tumbas. Las cerámicas que se introducen en el ajuar son ibéricas finas, áticas, de barniz rojo ibérico, y menos frecuentemente ollas toscas de cocina.

Gran vaso calado. Cerámica Ibérica


Tras la incineración del cadáver se depositaban las cenizas, los restos de huesos y el ajuar en la fosa cineraria, se tapaba con tierra o con barro amarillo, que también se utilizaba para rellenar los huecos de la fosa o nicho, o formando una capa bajo el empedrado de cubierta. Alrededor de la tumba posiblemente se celebraba algún tipo de banquete funerario, pues se documentaron en las diferentes campañas de excavación numerosos fragmentos cerámicos en niveles de circulación de la Necrópolis, cerámicas que poquísimas veces podrían haber formado parte de un ajuar funerario.
El gran número de enterramientos excavados no solo llevaron a D. Emeterio a confirmar la creencia en la vida de ultratumba, también documentan el respeto por las tumbas de sus antepasados. Cuando al horadar la tierra, para la introducción de una nueva tumba, si se localizaba un encachado anterior, se respetaba la urna y en general el ajuar del enterramiento.

Detalle de cabeza de un caballo con sus atalajes.

Las tumbas de “El Cigarralejo” constan de dos partes: el depósito en que se colocan las cenizas del muerto después de la incineración, con su ajuar, y la cubierta de protección del conjunto.
En la fosa, de forma generalmente rectangular, se depositaba el ajuar junto con las cenizas, a veces dicho ajuar contenía urna cineraria. En ocasiones se documentó la existencia de una fina capa de barro amarillo que pretendía sellar la tumba.
Las cubiertas excavadas y estudiadas por D. Emeterio Cuadrado en su obra sobre la Necrópolis de El Cigarralejo, tienen un gran número de variantes, cercano a la treintena, aunque en ocasiones ni siquiera se documentan, puesto que se aprovechaba el espacio entre dos tumbas para enterrar las cenizas, la urna y su ajuar.
La mayoría de ellas disponen de un empedrado tumular, cuadrado o rectangular, a veces con escalonamientos de hasta cinco pisos con superficie plana o terminada en un pináculo prismático de mampostería o en una sencilla piedra colocada de punta, a modo de estela. Una buena parte de los fragmentos escultóricos recuperados pertenecerían a monumentos del tipo pilar-estela.


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