Necrópolis de El Cigarralejo
La primera campaña de excavación en la
Necrópolis de El Cigarralejo (Mula) se realizó en el año
1947. Poco tiempo antes, mientras D. Emeterio Cuadrado excavaba el Santuario
del Poblado homónimo, un campesino fue a visitarles para contarles
que al hacer un hoyo en su bancal, había aparecido una olla llena
de cenizas que se desparramaron al romperla para conocer su contenido.
Las primeras prospecciones superficiales dieron como resultado la localización
de abundantísimos materiales ibéricos en los dos bancales,
situados en una ladera del santuario.
Las tumbas de la Necrópolis aparecen hasta con
ocho superposiciones, aunque la media documentada en las numerosas campañas
de excavación realizadas es de cuatro o cinco. Los niveles arqueológicos
llegan en ocasiones hasta los dos metros producto de la excavación
de tumbas en los derrumbes de los túmulos que coronaban las más
antiguas.
El gran numero de enterramientos excavados, la superposición, así
como el ajuar permitió definir con bastante exactitud la cronología
de la Necrópolis, que se usaría a partir de finales del
siglo V, durante los siglos III, II y hasta mediados del I a.C, el volumen
de enterramientos localizados es bastante menor. Esta reducción
puede deberse a dos factores fundamentales la alteración de las
capas superficiales del yacimiento debido a las tareas agricolas y a la
posible utilización de otra necrópolis en las etapas finales
del yacimiento. La máxima concentración de incineraciones
corresponde al S. IV en su conjunto, siendo esta necrópolis uno
de los ejemplos paradigmáticos de los rituales funerarios ibéricos,
asi como de su reflejo en la cultura material.
Durante el amplio período en el que se sucedieron las campañas
de excavación se documentaron 547 tumbas lo que permitió
obtener una idea clara de cuáles fueron los ritos funerarios que
presidieron los enterramientos de El Cigarralejo.
El cadáver debió ir vestido con un buen traje o un sudario
de tela fina, ya que se encontraron restos de tejidos carbonizados o conservados
por óxido de hierro o cobre. Asimismo se les enterraba con alhajas
o objetos de adorno, como prueban los numerosas piezas de ornato documentadas:
anillos, fibulas, brazaletes, broches de cinturón, ..etc, es decir
los difuntos eran incinerados con sus pertenencias personales. Así
mismo, a algunos se les enterraba con sus armas: falcatas, escudos, soliferrea
..etc o con las herramientas de su oficio (agricultores, curtidores)
En el caso de las tumbas femeninas, se documentan objetos personales y
de adorno: fibulas, piezas en hueso, un gran número de fusayolas,
pendientes ...etc. Los niños de corta edad se les inhuman en una
urnita cerámica enterrándola en el hueco ente dos tumbas.
Las cerámicas que se introducen en el ajuar son ibéricas
finas, áticas, de barniz rojo ibérico, y menos frecuentemente
ollas toscas de cocina.
Tras la incineración del cadáver se depositaban las cenizas,
los restos de huesos y el ajuar en la fosa cineraria, se tapaba con tierra
o con barro amarillo, que también se utilizaba para rellenar los
huecos de la fosa o nicho, o formando una capa bajo el empedrado de cubierta.
Alrededor de la tumba posiblemente se celebraba algún tipo de banquete
funerario, pues se documentaron en las diferentes campañas de excavación
numerosos fragmentos cerámicos en niveles de circulación
de la Necrópolis, cerámicas que poquísimas veces
podrían haber formado parte de un ajuar funerario.
El gran número de enterramientos excavados no solo llevaron a D.
Emeterio a confirmar la creencia en la vida de ultratumba, también
documentan el respeto por las tumbas de sus antepasados. Cuando al horadar
la tierra, para la introducción de una nueva tumba, si se localizaba
un encachado anterior, se respetaba la urna y en general el ajuar del
enterramiento.
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Las tumbas de “El Cigarralejo” constan de
dos partes: el depósito en que se colocan las cenizas del muerto
después de la incineración, con su ajuar, y la cubierta
de protección del conjunto.
En la fosa, de forma generalmente rectangular, se depositaba el ajuar
junto con las cenizas, a veces dicho ajuar contenía urna cineraria.
En ocasiones se documentó la existencia de una fina capa de barro
amarillo que pretendía sellar la tumba.
Las cubiertas excavadas y estudiadas por D. Emeterio Cuadrado en su obra
sobre la Necrópolis de El Cigarralejo, tienen un gran número
de variantes, cercano a la treintena, aunque en ocasiones ni siquiera
se documentan, puesto que se aprovechaba el espacio entre dos tumbas para
enterrar las cenizas, la urna y su ajuar.
La mayoría de ellas disponen de un empedrado tumular, cuadrado
o rectangular, a veces con escalonamientos de hasta cinco pisos con superficie
plana o terminada en un pináculo prismático de mampostería
o en una sencilla piedra colocada de punta, a modo de estela. Una buena
parte de los fragmentos escultóricos recuperados pertenecerían
a monumentos del tipo pilar-estela.
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